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En ciertas zonas de la Cataluña Vieja existía la costumbre de, una vez terminada la siega, recoger las últimas espigas y formar con ellas una gavilla, a la cual se le daba más o menos forma humana y a la que en ocasiones se llegaba a vestir con ropas viejas. Este tosco monigote se clavaba en el suelo, y a su alrededor los segadores se cogían las manos formando un corro, adorando al muñeco con las siguientes palabras:
El nostre Deu
el nostre pá
el nostre ninot.
Nuestro Dios,
nuestro pan,
nuestro monigote.
Seguidamente se realizaba una pequeña fiesta, siempre alrededor del muñeco, en la cual se comía y bebía en abundancia. Tras ello, se realizaba un simulacro de juicio contra el monigote, el cual era declarado culpable y «ajusticiado» de un golpe de guadaña. Este acto recibía el nombre de mort de la Cuca. Era creencia popular que el campo en el que no se realizara este ritual pagano no volvería a dar jamás fruto. La Iglesia se opuso a esta costumbre instaurando a su vez otro ritual, en el que se bendecían en la iglesia las primicias de la cosecha.
En algunas zonas de Cataluña, especialmente en el Ampurdán, existía la costumbre de introducir a los niños recién nacidos en hendiduras profundas de robles o encinas centenarias con la creencia de que así se les prevenía de ciertas enfermedades.
En caso de que se tratara de personas mayores, estas debían frotarse contra el tronco del árbol, totalmente desnudas. Si el niño ya estuviera enfermo al realizar esta ceremonia, se le podía curar haciendo un agujero en una encina joven, tan grande como para que el pequeño, envuelto en un lienzo de lino, pudiera pasar de lado a lado. La encina se «curaba » con arcilla, el lienzo de lino en el que se había envuelto al niño y esparto. Si el árbol no moría, era una señal de muy buen augurio y significaba la segura recuperación del bebé.
Hacer sonar metal contra metal en viernes traía mala suerte, aunque se realizara de forma accidental. Por el contrario, se pensaba que tener unas astillas de madera utilizada para ahorcar a alguien daba muy buena suerte. La madera de la horca, por cierto, no podía ser de olivo ni de pino, ya que según la tradición popular ambas maderas se usaron para fabricar la Santa Cruz.