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Sueño los primeros tiempos de la más larga memoria.
Cuento los primeros tiempos de todos más viejo Padre.
Canto los primeros tiempos, alba de la Oscuridad. En Nod, do la luz del Edén ilumina el negro cielo y lágrimas paternas humedecen el suelo.
De nos, todos y cada uno, decidimos cómo vivir y cómo alimentarnos de la tierra.
Yo, primogenito Caín, con útiles puntiagudos, planté semillas oscuras, las regué dentro de la tierra, las cuidé, las vi crecer.
Él, segundogénito, Abel, cuidó de los animales, ayudó en sus sangrientos partos, los alimentó y también los vio crecer.
Yo lo amaba, a mi hermano. Él, él era el más brillante, el más dulce, el más fuerte.
Él era la prima parte de toda mi alegría.
Y un día Padre nos dijo: «Caín, Abel, un regalo a Aquél en lo Alto debéis hacer, un sacrificio. Un don de la prima parte de todo cuanto tenéis».
Yo, primogénito Caín, recolecté tiernos brotes, y los frutos más brillantes, y la yerba más fresca.
Y él, segundogénito Abel, sacrificó el más joven, el más fuerte, el más tierno de todos sus animales.
Sobre el altar de nuestro Padre posamos los sacrificios y prendimos fuego so ellos, y el humo se los llevó hacia Aquél en lo Alto.
El sacrificio de Abel, segundogénito, olió dulce a Aquél en lo Alto, y Abel fue bendecido.
Yo, primogénito Caín, fui golpeado desde lo lejos por una severa palabra y una maldición, pues indigno resultó mi sacrificio.
Miré el sacrificio de Abel, todavía humeante: la carne, la sangre. Lloré, me tapé los ojos, oré de día y de noche.
Y cuando nuestro Padre dijo: «El tiempo del sacrificio ha llegado ya de nuevo».
Y Abel condujo su más joven, su más tierno, más amado hacia el fuego sacrificial.
Yo no llevé mi más joven, mi más tierno, pues sabía que Aquél en lo Alto de nungún modo los querría.
Y mi hermano, querido Abel, me dijo: «Caín, no has traído un sacrificio, un regalo de la prima parte de tu alegría, para quemarlo en la ara de Aquél en lo Alto»
Yo lloré lágrimas de amor cuando, con mis útiles puntiagudos, sacrifiqué aquello que era la parte primera de mi alegría, mi hermano.
Y la Sangre de Abel cubrió el altar, y olia dulce mientras ardía.
Pero mi Padre dijo: «Maldito seas, Caín, quien mataste a tu hermano. Como yo fui expulsado, así lo serás tú»
Y Él me exilió a vagar en la Oscuridad. En la tierra de Nod. Me precipité en la Oscuridad. No vi ninguna luz y estaba asustado. Y solo.
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