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La teoría médica del siglo xvii sigue sustentándose en la teoría de los cuatro humores tal y como aparece en las viejas obras de Hipócrates, Galeno y Avicena, en las que se afirma que todo cuanto existe en el universo está constituido por cuatro elementos (fuego, agua, tierra y aire) y cada uno representa una cualidad. Cuando un cuerpo está sano, los elementos que lo componen están equilibrados («complexión temperada» la llaman), pero cuando uno de los elementos o humores se desajusta, ya sea por defecto, exceso, corrupción o alteración, aparece la enfermedad. Por tanto, el médico primero debe averiguar cuál es el humor que provoca la enfermedad y equilibrarlo mediante purgantes, sangrías o vomitivos.
Vista la teoría, vamos a centrarnos en la práctica. En el Siglo de Oro existen diversas profesiones dedicadas a la medicina y la curación, como médico, cirujano, barbero, comadrona, etcétera, y cada una de ellas se encarga de un aspecto concreto de la práctica médica, tal y como marcan las leyes del Tribunal de Protomedicato, encargado de examinar a los aspirantes a cada una de estas profesiones, que deben contar con los grados universitarios adecuados (para médicos y cirujanos) y con los años de prácticas mínimos exigidos por las ordenanzas.
El médico es el encargado de diagnosticar las enfermedades auscultando al paciente, analizando su orina y prescribiéndoles polvos o tabletas, medicinas que solo puede preparar un boticario y siempre con una receta fi rmada y sellada por un médico. Todos ellos visten una ropilla larga de universitario, capa o herreruelo, una gorra sobre la cabeza y guantes, sobre los que llevan una sortija con una esmeralda que sirve para indicar su condición de médico. Suelen llevar una larga barba y hablar de forma afectada con un lenguaje pedante, trasladándose siempre en mula, con la que recorre las calles de la ciudad.
Acostumbra a realizar sus visitas por las mañanas para luego regresar a casa a reposar y revisar sus libros de medicina. Por la tarde vuelve a visitar a los enfermos que más lo necesiten. En sus visitas, el médico acostumbra primero a comprobar el pulso del enfermo, escuchar su respiración aplicando su oído al pecho, mirarle la lengua, preguntarle por sus síntomas (fi ebre, diarreas, orina, alimentación, etcétera) y acaba prescribiéndole alguna dieta, un par de medicamentos y, sobre todo, sangrías. Siempre finaliza la visita aconsejando al enfermo que se confi ese lo antes posible.
Por su lado, los cirujanos se encargan de realizar en los pacientes cualquier tipo de tratamiento de índole física, como sangrías, extracciones de piedras, sajas, hernias, etcétera, siempre que se cuente con la debida autorización de un médico. Existen, eso sí, dos tipos diferentes de cirujanos: los «latinos», que están autorizados a prescribir medicamentos de uso externo (como pomadas, ungüentos, etcétera), y los «romancistas», que no estaban autorizados a ello.
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