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Durante el siglo XVI, las universidades florecen por toda la geografía española, y a la de Salamanca se le une muchas más (Zaragoza, Valencia, Toledo, Sevilla, Osuna, Baeza, etcétera), aunque de entre todas ellas sobresale la de Alcalá de Henares, mucho más organizada y moderna que el resto de centros.
Los estudiantes de estas universidades, que están exentos de la justicia ordinaria, pertenecen a casi todos los estamentos de la sociedad, desde hijos de la nobleza y la burguesía a descendientes de familias modestas que realizan grandes sacrificios para que su hijo estudie en una universidad y consiga un título. Los que tienen posibles se alojan en un colegio mayor o alquilan una casa junto a sus criados, pero los demás deben contentarse con pensiones o sobrevivir a base de la sopa boba de los conventos, de lo que, a duras penas, les mandan sus familias o, en muchas ocasiones, trabajando como criados de los estudiantes con más dinero.
Cuando llegan, los estudiantes deben sufrir una serie de novatadas, muchas de ellas de escaso gusto y enorme grosería, como romperles los bonetes o las mangas de las sotanas, recibir escupitajos, etcétera. Por suerte, todo ello acaba unos días después cuando los veteranos invitan a los novatos a comer y así es aceptado como uno más de ellos.
En las universidades de la época existe la figura del rector, que se encarga de administrar los bienes de la institución. Siempre es un estudiante, normalmente nacido en una familia noble, y es escogido para el cargo, que dura un año, por una comisión compuesta por profesores y estudiantes. Por su lado, los profesores son escogidos por los estudiantes tras un concurso público que enfrenta a todos los aspiran a la misma cátedra, excepto los profesores de Salamanca, Valladolid y Alcalá, que son escogidos por el Consejo de Castilla basándose en sus títulos y méritos universitarios.
La enseñanza sigue anclada en los métodos medievales: se comienza estudiando las artes (lógica, retórica y física), para luego especializarse en teología, derecho civil y canónigo o medicina. Los profesores leen o dictan los temas a los alumnos, siempre en base al espíritu del maestro cuyo nombre lleva la cátedra que ostentan —si es la cátedra de san Agustín, por ejemplo, los temas deben impartirse en base al espíritu de ese doctor de la Iglesia—.
Para conseguir el grado de bachiller, licenciado o doctor hay que pasar un examen, además de gastar una gran cantidad de dinero en propinas al maestreescuela, a los bedeles, a los examinadores, a los campaneros e incluso a los encargados del banquete que el examinando debe celebrar para toda la universidad. El candidato comienza su examen siendo interrogado por uno de sus profesores, a lo que siguen diversas bromas de sus compañeros. Para terminar, un cortejo lleva al candidato a la catedral o iglesia mayor, donde se le otorgan las insignias del nuevo grado y su bonete. Todo termina con una fiesta, a veces con corrida de toros.
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