Scandia, de la que hablara por primera vez Plinio el Viejo en el siglo I, es la tierra de los feroces vikingos, que causaron el terror en Europa unos siglos atrás. Aunque tienen un pasado común, los reinos escandinavos no están precisamente cohesionados y las rencillas entre ellos son frecuentes, aunque no han desembocado en guerras abiertas.
Los noruegos se consideran los herederos espirituales de los antiguos vikingos y poseen, al menos sobre el papel, un respetable número de territorios ocupados y colonizados. Pero es un gigante con pies de barro. Tras la conversión de los nórdicos al cristianismo y el fin de sus expediciones de comercio y saqueo (viking), Noruega se vio inmersa en una sangrienta guerra civil entre los años 1130 y 1240. Finalmente se consolidó en el trono Haakon IV el Viejo (era hijo de una concubina y, supuestamente, del rey Haakon III, pero aquel que le llamara bastardo en su presencia solía terminar muy pero que muy mal).
Haakon IV y sus descendientes iniciaron una política de alianzas con otros países europeos, consiguiendo establecer alianzas matrimoniales con la lejana Castilla, el Sacro Imperio y Escocia (el rey Erik II llegó a reclamar el trono escocés para su hija Margarita en 1295). Haakon V, rey desde 1299, se casó con una princesa alemana e intentó incrementar la influencia noruega en Escandinavia participando en conflictos internos en Suecia. A su muerte sin hijos varones en 1319, fue sucedido por su nieto Magnus Erikson, de la dinastía sueca de Folkung, que ya era rey de Suecia… y que se sentía muy cómodo en su país, por lo que apenas visitaba Noruega.
Eso no sentó nada bien a los noruegos, temerosos de que su país fuera absorbido por los suecos. Pese a que los dos países mantuvieron administraciones separadas y sus fronteras estaban bien delimitadas, la animadversión hacia los suecos creció entre la nobleza noruega hasta que Magnus Erikson abdicó del trono noruego en el año 1343 en favor de su hijo Haakon Magnusson, ¡de tal solo tres años de edad! Magnus continuó gobernando como regente de Noruega, aunque aceptó el asesoramiento de un concejo de nobles noruegos.
En agosto de 1349, un barco inglés trajo la peste negra al puerto de Bergen. Se abandonaron los cultivos, las ciudades fueron prácticamente abandonadas y, debido al temor al contagio, las actividades comerciales decayeron. La mortandad fue terrible: pereció el 80 % de la nobleza noruega y un 50 % de la población total (fueran nobles o plebeyos). Por pura subsistencia, la base del poder pasó a ser la tenencia de tierras cultivables, convirtiendo a Noruega en un país eminentemente rural, poco abierto a los extranjeros y, por tanto, al comercio. Dada la alta mortandad entre la nobleza noruega —y que no quedaban suficientes aristócratas noruegos como para ocupar todas las vacantes necesarias para que el país fuese funcional—, se recurrió a la nobleza sueca y danesa para ocupar los puestos de especial importancia en el gobierno y la Iglesia.
Esto ocasionó que Noruega perdiese gran parte de su identidad, iniciando así su decadencia. Otra consecuencia de la peste fue que Noruega perdió igualmente el control sobre sus dominios, que pasaron a organizarse por su cuenta: aunque nominalmente seguían perteneciendo a la corona noruega, en la práctica habían comenzado a autogobernarse.
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