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En torno al lujoso salón rotonda del Círculo Industrial de Alcoy, el honorable doctor Fuster ha preparado una presentación por todo lo alto con el muy moderno proyector Bioscope, de origen alemán. Proporciona la oportuna ambientación musical un sofisticado gramófono dorado, también fabricado en ese país. Fuster, hombre corpulento y de monda testa, se encuentra ataviado con un frac de negro perfecto y una camisa que luce un blanco radiante. La audiencia, compuesta por lo más granado de los fabricantes de textil local, aguarda sin demasiado interés la intervención con aperitivos germánicos que sirve Polonio, su mayordomo. Cuando ya se encuentran dispuestos, solicita cerrar las cortinas y la puerta, y manda encender los focos colocados estratégicamente para ofrecer teatralidad al discurso.
—¡Caballeros!, el futuro llama a sus puertas. Llega la hora de decidir si desean ser la pequeña comunidad industrial de una ciudad de provincias o de dar a Alcoy la importancia que merece. El capital ya no está en la fabricación de paño, sino en la colonización y la explotación de recursos metalíferos. El rey Alfonso, el conde de Romanones e incluso el marqués de Comillas lo saben, y más pronto que tarde se firmará el acuerdo de protectorado para que España pueda llevar el orden y la civilización al sur de sus fronteras. Sí, amigos, estoy hablando de Marruecos. ¿Por qué quedarnos constreñidos, apocados, debilitados en unas fronteras ancestrales, si podemos explorar el mundo y extraer de él las riquezas que aguardan a los audaces?
El señor Dámaso Rico, uno de los hombres más acaudalados de la ciudad, poco dado a los charlatanes y habiendo agotado la cerveza pilsner de su jarra estilo bohemio, con poca esperanza de que se la vuelvan a llenar antes de que acabe la conferencia, decide interrumpir. A su lado, se sienta su hijo Antonio «Antoñito», que se encuentra trajeado y con pajarita, más aburrido que una ostra.
—Señor Fuster, haga el favor de ir al grano que no tenemos todo el domingo —le hace un gesto al mayordomo, a ver si le escancia un poco de «rubia» y le hace más ameno el tostón.
—¡Lo que propongo es una mina, mis queridos señores, una mina de plomo! Plomo que enriquecerá nuestra industria, que permitirá construir todo tipo de productos con la más moderna maquinaria, que nos convertirá en distribuidores a nivel internacional. Marruecos rezuma mineral pero sus gentes atrasadas no lo aprovechan, viven en la más profunda ignorancia, criando cabras flacas y arando las tierras al modo de los hombres más primitivos. Como europeos tenemos el deber moral de llevar la civilización a esas tierras y ponerlas en la vanguardia del progreso.
El señor Rico no parece en absoluto impresionado, pero al menos el mayordomo de Fuster le ha vuelto a llenar la jarra, lo que parece sumirlo en un dulce sopor que le hace más llevadera la retórica. El resto de los contertulios se fijan en Rico e imitan su gesto de aburrimiento.
Visto el escaso éxito, Fuster le hace una seña a Polonio para que encienda el proyector. Se reproduce un vídeo documental sobre forzudos mineros extrayendo mineral y moviendo vagonetas cargadas hasta los topes.
—¡Vean, vean, lo que les digo! Trabajadores abnegados dejándose la piel por el salario mínimo, con el máximo afán de prosperar, en una tierra donde no se conocen esas peligrosas ideas sobre el anarquismo, donde esas constrictoras leyes que limitan la productividad no detienen el trabajo. ¿No es hermoso? En Marruecos cada peseta se valora mucho más que en España. Es la nueva América, la tierra de las oportunidades. Si dejamos pasar la ocasión, no regresará jamás. ¡Dejen de mirar hacia dentro y siéntanse como aquellos valerosos conquistadores que fueron Cortés o Pizarro!
Por primera vez los allí reunidos dejan de prestar atención a la cerveza que escancia Polonio y a las deliciosas salchichitas de las bandejas. El niño se ha levantado de su silla y se dedica a deambular por la sala. Observa la pila de mapas y documentos que tiene Fuster en una mesa auxiliar y coge un libro, cuya portada lee en voz alta:
—¡Una-ussprech-li-chen Kul-ten, Dü-ssel-dorf, 1839! ¿Qué es esto?
Los oyentes se fijan en el niño. Fuster detiene momentáneamente el discurso y le hace un gesto sutil a Polonio.
—¿Se dan cuenta? El niño lee el alemán, una muestra más del genio innato de los alcoyanos. Eso son las nuevas generaciones españolas, lo más arrojado y emprendedor que nos llevará a lo más alto. Piensen en sus hijos, ¡lo que decidan hoy será los cimientos del mañana!
Polonio aprovecha la distracción para quitarle el libro y llevar al muchacho con su padre, agarrándolo con firmeza. La mirada que le lanza el prohombre es suficiente como para que el niño quede petrificado en el asiento sin pestañear, con su colorada pajarita.
—Pues todo esto que les ofrezco solo les costaría una fruslería, una nadería, calderilla, si sumamos los esfuerzos de todos. Tan solo 200.000 pesetas para costear los gastos de la instalación de una aldea minera y comenzar los trabajos de extracción. En unos pocos meses recuperarán la inversión y con intereses. Además, tendremos las garantías y el apoyo de la recién creada Compañía Española de Minas del Rif, donde se incluye la familia Figueroa y la casa Güell. ¡No puede fallar, es una inversión garantizada! A continuación, si me lo permiten, les mostraré la información técnica que permitirá una instalación minera de lo más eficiente.
Fuster dedica el resto de la mañana a mostrar planos, mapas e informes de viabilidad con minucioso detalle hasta que Rico dice:
—Todo eso está muy bien, doctor Fuster, pero si mis colegas y yo ponemos el dinero, el proyecto se realizará bajo la supervisión de un grupo de personas de nuestra confianza, y los trabajadores que irán también serán alcoyanos. Cada céntimo de peseta que se gaste nos será notificado y no se podrá hacer nada sin nuestro consentimiento.
—No podría esperar menos.
El señor Rico pide a Fuster y a Polonio que abandonen la sala mientras los industriales deliberan sobre la cuestión. Las salchichitas y la cerveza parece que han hecho sus efectos y todos se encuentran de buen humor. El niño, bastante cansado de estar en su asiento, sale con ellos y se dedica a hacer preguntas al doctor y a su criado mientras estos lo ignoran de manera impasible.
Dentro se escucha hablar en voz alta a los reunidos. Hay quien dice que es un tocomocho y hay quien grita que «això ho pague jo!», otros hacen chistes sobre «el enterraor cap de meló i el criat amb una vara en el cul». Al final, cuando ya no queda más alcohol se oye: «Xe! Això sempre són diners, demostrarem que som més grans que València i Barcelona, veritat que sí? Ací fan falta collons i jo els tinc». Todos aplauden.
Fuster entra y es recibido con entusiasmo. Criado y señor se miran con una sonrisa de satisfacción.
—No se arrepentirán.
En el año 1908, coincidiendo con el creciente interés de España por colonizar el norte de Marruecos, un oscuro hombre de negocios propone a los respetables miembros del Círculo Industrial de Alcoy reunir el capital necesario para erigir un pueblo minero y explotar sus recursos. Se trata de una tierra inhóspita en la que nada es lo que parece, donde el debilitado poder del sultán apenas tiene alcance y los caudillos locales hacen su fortuna. Allí se ocultan secretos, peligros y conocimientos antiquísimos que pueden poner en riesgo no solo el futuro protectorado sino el mundo entero.
Tambores de guerra es un compendio de aventuras de los Mitos de Cthulhu que os permitirá visitar la oscura historia del siglo XX, desde la guerra de Marruecos a la guerra civil española. Una campaña de rol desarrollada en un periodo de treinta años, en la que podréis decidir si tomáis un papel activo en el devenir de los acontecimientos o permanecéis al margen.
En Tambores de Guerra encontrarás:
Tambores de Guerra es la segunda campaña de José Mariano Sáez que, tras el éxito de su primera publicación, Los Asesinatos del Juguetero, ambientada en la convulsa España de 1926, vuelve a la carga con otra aventura ambientada en nuestro país, con los Mitos de Cthulhu como telón de fondo y el sistema Hitos como motor de la campaña.
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