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Dune no tiene lugar dentro de doscientos años, sino miles de años en el futuro. El universo conocido se establece en el año 10.191, usando un calendario que ubica el año 0 otros diez mil años en nuestro futuro. Los antiguos egipcios se convirtieron en un reino unificado hace apenas cinco mil años en nuestro pasado, y nuestro mundo es un lugar muy distinto. ¿Cómo de diferente puede ser la vida a más del doble de esa distancia en el futuro?
Si esperas algo de tecnología avanzada en ese futuro lejano, estás en lo cierto. Pero Dune no trata sobre brillantes naves espaciales, computadoras y pistolas láser. Precisamente porque la tecnología es tan avanzada, apenas se nota. Escudos personales que funcionan a partir de un cinturón, armas mortíferas que se pueden esconder en la mano, venenos indetectables… y la lista continúa. Dune aparenta ser un entorno de baja tecnología porque las máquinas que se usan son tan pequeñas y avanzadas que se pueden ocultar fácilmente.
La mayoría de los escenarios de ciencia ficción están repletos de robots y sistemas informáticos que usan inteligencias artificiales. Es tan frecuente que resulta difícil pensar en una historia de ciencia ficción que omita las computadoras. Pero no hay ninguna en Dune. Esto se debe a que, hace diez mil años, la humanidad fue esclavizada por los sistemas de inteligencia artificial que crearon, y recuperar su libertad costó millones de vidas, varios planetas y largos años de guerra. Para asegurarse de que eso nunca vuelva a suceder, la humanidad decidió consagrarse a la idea de que nadie, jamás, «crearía una máquina a semejanza de la mente humana». Eso hizo retroceder la tecnología algunos pasos, pero la humanidad aprendió a compensarlo mejorando sus propias habilidades físicas y mentales.
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El avance hacia el futuro no ha afectado exclusivamente a la tecnología, sino a la propia humanidad. No solo se dispone de tecnología más avanzada, también se ha explotado más el potencial físico y mental del ser humano. Las escuelas de capacitación pueden enseñar a los estudiantes a controlar todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, a percibir los cambios más sutiles en el estado de ánimo o el lenguaje corporal de alguien e incluso almacenar datos incluso mejor que una computadora. Los seres humanos son más de lo que eran, y el potencial de cada persona se puede desbloquear hasta niveles sobrenaturales. Eso no quiere decir que las personas se vean muy distintas. No se han fusionado con máquinas ni han abandonado sus cuerpos para vivir una experiencia digital. Dune no es un escenario transhumanista, es un lugar donde la humanidad está explorando los límites de su propia capacidad.
Como contrapunto a esta evolución, la humanidad ha regresado al modelo feudal de antaño. Los nobles viven en la abundancia y los campesinos trabajan los campos con herramientas arcaicas para sustentar esa riqueza. Cuando tus señores y señoras son dueños de todo el planeta en el que vives, es doblemente difícil encontrar un lugar mejor. Pero no todo es fácil para los nobles. La política del Imperio es un juego mortal, cuajada de asesinatos, corrupción y venganza. Esto le aporta a Dune un tono casi medieval, incluso con enormes naves espaciales y tecnología avanzada de fondo.
Liberarse de las máquinas fue una batalla desesperada por la humanidad. Las probabilidades estaban tan en su contra que ganar la libertad se consideró, en cierta medida, un milagro, y la batalla en sí, una guerra santa. Esto dio pie a la nueva sociedad "post-máquina”, sustentada en valores religiosos que han seguido vigentes incluso miles de años después. Si bien no todo el mundo se dedica a la religión, nadie está dispuesto a romper las prohibiciones contra la creación de máquinas pensantes. Es mucho más que una ley; es un pacto con Dios, y son muchas las personas que creen que romperlo traerá de nuevo la ruina a la humanidad. Esto ha propiciado una importante organización religiosa (la Bene Gesserit) que algunos usan a su favor, manipulando culturas planetarias e inculcando valores religiosos que funcionan a favor de la facción. Como siempre, la religión sigue siendo una fuerza de esperanza, fe y comunidad, pero también una herramienta de control.
Cuando hablamos de construcción de mundos, la serie Dune se lo toma de forma literal. Frank Herbert no solo creó un escenario convincente, sino que detalló en profundidad la ecología del planeta Arrakis y cómo podría existir un mundo desértico. Desde los grandes gusanos de arena hasta los pequeños ratones del desierto y sus matorrales, Arrakis es un mundo que cobra vida en cada lectura (o, muy pronto, en cada sesión de juego) y consigue transmitirnos la sensación de estar realmente allí.
Lo inquietante del universo de Dune es que, aparte de la idea de que es peligroso dejarlo todo en manos de las máquinas, la humanidad no ha aprendido tanto como desearíamos. La realidad todavía está dividida entre diferentes Casas nobles que exigen lealtad absoluta y gobiernan planetas enteros a su antojo. El miedo al asesinato es parte de la vida diaria de la nobleza, y se espera que la mayoría de los ciudadanos del Imperio trabajen durante largas horas por un salario mínimo mientras los nobles disfrutan de todos los lujos. La sociedad está henchida de celos, rivalidad, violencia letal y tramas insidiosas. Cada facción es muy consciente de su posición y codicia más poder, dinero, fama o una vida más prolongada. En resumen, Dune es un universo plagado de política, tramas, villanos y aventuras: los elementos adecuados para un increíble juego de rol.
Basado en el artículo original «What’s so special about Dune?», de Andrew Peregrine.